Descuento:
-5%Antes:
Despues:
13,30 €Empecé a escribir "con método" El PaÃs de los Pequeños Placeres en el verano de 2003, cuando mi sobrina Ana, que tenÃa tres años entonces, comenzó a hacerme preguntas sobre la casa donde compartÃamos agosto en MaragaterÃa, sobre el jardincillo y la extraña ruina que lo sostiene, sobre las fotografÃas, sobre los objetos de las habitaciones, sobre algunas piedras blancas y brillantes que ocupaban el sitio y la importancia de los libros o de los recuerdos de viajes, sobre las puertas que daban a lugares donde las niñas no podÃan bajar. Preguntas que señalaban el misterio de lo Ãnfimo, la sorpresa escondida en lo cotidiano y en lo necesario. Preguntas sobre el tiempo y las ausencias inevitables, aunque también las que habrÃan de convertirse en compañeros de juegos y de esperanzas. Fue, me parece, una forma de responderme yo a mà misma sobre el porqué de sus dudas e intuiciones tantas veces idénticas a las mÃas, a pesar de que estas últimas contaran con cuarenta años más. Es asÃ: no hay, al final, tanta distancia cuando nos referimos a la complicada sencillez de la vida. Hay pequeños placeres en un paÃs cuya geografÃa tiene el mismo tamaño que el corazón, el sueño y la memoria.